lunes, 6 de agosto de 2012

No se cocinar pero se hacer muchas cosas más


Por Guadalupe Castellanos

Siendo la hija de una excelente cocinera no podía menos que tratar de imitar sus dotes, lo malo fue que yo no nací con “esas dotes” y mis esfuerzos, que fueron enormes, siempre quedaron reducidos a burdos experimentos culinarios que solamente satisfacían los paladares poco sofisticados.En pocas palabras: ¡No sé cocinar!
Se pueden imaginar que para mi madre, una mujer de esquemas mentales de principio de siglo veinte, eso era un gran “defecto”; y así decidió declarar una guerra interna contra la deshonra del hogar.

Intentó de mil formas hacerme comprender que la “pizca de sal” no se puede medir, que “un chorro” de aceite es calculado por la experiencia y que las recetas escritas no son de fiar. Se dio por vencida hace algunos años cuando acepté mi ignorancia para reconocer la albahaca del perejil y me declaré libre de la media cucharadita de azafrán, de la taza de harina y de la libra de arroz.

Y me pregunto: si se llega al corazón de un hombre por el estómago, ¿qué pasa con el estómago de las mujeres?, ¿Acaso los hombres son mancos?, ¿Por qué razón las madres omitimos enseñarles el arte de cocinar a los hijos varones?

En la mayoría de los países de América Latina somos las mujeres las que originamos el problema del cuál luego nos quejamos. Porque no negarían que sería fabuloso quitarse ese peso de encima. La tarea de preparar los alimentos es tan abrumadora, que al lavar los platos del desayuno ¡ya tenemos que estar descongelando la carne del almuerzo! Y si eres una de las muchas mujeres que trabajan fuera del hogar ¡ni hablar de lo complicado de la situación!
Si hacemos cuentas con tres comidas al día, en un año son mil ochenta veces que se preparan ingredientes, se cocina, se sirve y se limpian platos; mientras, el marido en cuestión ve mil ochenta programas de televisión o lee mil ochenta periódicos.

¡Ahhhh, pero claro! de vez en cuando nos “sacan” (como sacar a pasear a la mascota) y nos invitan a comer para que “descansemos de cocinar”, y nosotras lo agradecemos como si fuera una gran obra de caridad. ¿No estaríamos más agradecidas si cada noche se ofrecieran a cortar verduras o lavar los platos?

Esta sociedad salvadoreña con sus gestos sutiles parece decirnos: zapatero a tu zapato… ¡mujer a la cocina! Y nosotras lo aceptamos como quien acepta una cadena perpetua; sin protesta y convencidas de nuestro destino.
No, no soy feminista, me gusta ser mujer, lo que sucede es que me cuesta comprender cómo tan fácilmente accedemos a que se nos encasille y se nos corten las alas; condescendemos a ser vistas como seres poco pensantes, pues nos bombardean con revistas y programas llenos de recetas culinarias, moda y bisuterías baratas porque “esos son temas de mujeres”.

¿Quién decide qué tema me interesa leer?

Yo no sé cocinar…pero sé amar, escuchar, escribir, enseñar, reír, cantar, silbar, volar piscuchas, soñar y ¡muchas cosas más!
No lo disimulo. Soy de las que huye a las ocasiones en que tenga que estar detrás de las cacerolas. Y, con el permiso de mi abuela, creo sinceramente que si algún día decido llegar al corazón de un hombre, buscaré llegar por el sendero que yo tracé y no por donde la frasecita esa me lo indica.

Se me ocurre inventar un nuevo camino: el de la autenticidad, la pasión y la risa. Deseo disfrutar de la compañía mutua compartiendo placeres y quehaceres.

Mientras eso sucede, seguiré viviendo plenamente y pidiendo comida a domicilio.